Temas como la violencia intrafamiliar, el abuso sexual, o el abuso infantil entre familiares, son conductas que debido a la cultura machista, o la cultura violenta o del maltrato, generan una normalización, donde las víctimas consideran normal ser agredidas o violentadas. Cuando las víctimas no encuentran un modelo alterno, donde el respeto y el amor sea la regla, no se dan cuenta de que la violencia de que son objeto es algo anormal.
Cuando un joven vive en un barrio donde operan pandillas que agreden a los vecinos, extorsionan a los comerciantes y venden droga, este joven al ver estas actuaciones como normales en su entorno, encuentra de que así es que funcionan las cosas, y el se adapta a este funcionamiento, ya sea asumir una actitud sumisa, o se une a la pandilla ya existente o asume una posición de rebeldía, creando otra pandilla para defenderse o acabar con la pandilla enemiga.
En sociedades rurales donde imperan grupos armados al margen de la Ley, generan también una cultura diferente a la legalidad, como lo es el reclutamiento forzado, el narcotráfico, las ejecuciones extrajudiciales, el porte ilegal de armas, la extorsión y la violación. Cuando estas organizaciones criminales imponen una cultura delictiva en una comunidad, esta se adapta a las condiciones, y se normaliza también esa cultura, porque las cosas en esa región funcionan así, y diferente, de otras zonas, pues existe un actor diferente, que coacciona a las personas a aceptar y tolerar una cultura de violación de derechos humanos.
Cuando un joven ingresa a una organización criminal, todas sus actuaciones dentro de la organización que son contrarias a la Ley, se normalizan, de tal forma, que matar, extorsionar, violar, o torturar, se convierten en conductas normales y legales para el miembro de la organización, donde el no realizarlas, es por el contrario un mal registro dentro de su prontuario. Su fama y su prestigio se gana con la comisión de delitos, y no a operar conforme con la Ley.
En las organizaciones criminales dedicadas al narcotráfico, también se genera una subcultura, donde cultivar, procesar y distribuir la droga es el éxito de la organización. Así las cosas, también se normalizan otras conductas como los asesinatos a los competidores, a los proveedores incumplidos, o de los clientes que no pagan. Se genera una lógica del terror en todas la cadena de producción y distribución, donde quién no cumpla, muere. Esta cultura mafiosa se normaliza, y matar a un rival, es un acto justificado, y no es censurado dentro del gremio.
En los actos de corrupción, los corruptos crean una subcultura donde todos los procesos implican siempre un acto de corrupción, y se institucionalizan de tal manera, que nada se hace sin mediar un acto corrupto como una condición necesaria para que algo se realice. De esta forma, quién no acepta las condiciones de los corruptos, no entra en el juego, y es excluido o es presionado. Así por ejemplo, los contratistas que son contratados mediando un acto de corrupción, entregan recursos a cambio de que se les adjudiquen los contratos (sobornos), y así funcionan en varias entidades, contaminando con la corrupción a todas las entidades donde llegan.
En el caso de la trata de personas, las organizaciones criminales dedicadas a este tipo de conductas, también terminan normalizando el secuestro, la esclavitud sexual, la prostitución forzada, los abortos forzados, el turismo sexual, el proxenetismo, la prostitución de menores, la pornografía infantil y la violación, como conductas necesarias para el éxito del "negocio".
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