Por:
Jorge Arturo Abello Gual y Johanna Bula Carreño.
INTRODUCCIÓN
Desafortunadamente en estos
tiempos de la pandemia del Covid 19, los actos criminales no paran y, en
definitiva, existe una mayor indefensión de las víctimas en razón de las
circunstancias que genera el confinamiento en los hogares y la suspensión de la
protección judicial por el otro.
Cuando hablamos del derecho
penal, nos encontramos con las conductas que más afectan a la sociedad, y
cuando nos encontramos en esta época de pandemia, obvio que la actividad
delictiva puede bajar, porque hasta los delincuentes tuvieron que resguardarse,
y por otro lado, ya no encontraban a nadie en las calles, ni en las empresas a
quién causar algún daño.
Sin embargo, no todos los
delitos se producen en la calle, hay muchos que se pueden cometer desde los
hogares y son igualmente graves y relevantes. En este artículo estudiaremos varios
de los delitos que se han aumentado durante la pandemia.
Los actos criminales, no
paran, ni siquiera con ocasión del confinamiento obligatorio a causa del
covid-19, por el contrario, muchos de ellos encuentran en este periodo un
crecimiento exponencial como son los de violencia intrafamiliar, feminicidios,
producción y consumo de pornografía infantil, corrupción, entre otros.
La idea de este trabajo, es
desarrollar y explicar alguno de estos delitos, para entender los nuevos retos
que tiene el derecho penal, frente al confinamiento obligatorio de la
población, debido a la pandemia del Covi-19.
Los casos de violencia
intrafamiliar aumentaron por lo menos en Colombia, de acuerdo con el boletín
del observatorio colombiano para las mujeres, en 142% (Semana, 2020;
Betín;2020), según dicha institución:
“…los
casos de violencia intrafamiliar representaron cerca del 76% de las 2.209
llamadas recibidas entre el 25 de marzo y el 11 de abril de este año, lo que
significó un promedio diario de 122,7 llamadas, muy superior a las 53,5
llamadas diarias registradas en el mismo periodo del año pasado.” (El Heraldo,
2020)
Es obvio que si el
confinamiento en las casas implica la convivencia en todo momento con el núcleo
familiar, sin momentos de dispersión y alejamiento, y sometidos a la
incertidumbre social y económica (Agustina, 2010, p.111) de lo que va a ocurrir
en el futuro, los ánimos y las sensibilidades generan roces en el núcleo
familiar, y si además de ello, se le suman antecedentes de maltrato, abuso y
malas relaciones de convivencia en general, la situación en el confinamiento va
a generar un estallido de emociones que desemboca en la violencia
intrafamiliar.
Las parejas que llegaban a
la casa solo a comer y dormir, y que perdieron la chispa del amor; las parejas
que llevaban una mala relación y más es lo que discuten que lo que viven en
armonía; las parejas que tienen problemas de infidelidad, en estos tiempos son
algunos ejemplos claros de conflictos que llevan a la violencia intrafamiliar,
que puede desencadenar delitos más graves como las lesiones personales, el
acceso carnal violento, e incluso el homicidio.
Igualmente, se ven casos de
violencia intrafamiliar entre padres e hijos. Los padres que llevan malas
relaciones con sus hijos, como los que guardan grandes distancias y los
ignoran, y los padres agresivos, que generan un verdadero caos en los hogares. Igualmente,
los casos de los hijos que se encuentran en esa etapa rebelde de la pubertad,
los bebés, y los que sufren alguna adicción, en estos momentos son personas que
detonan la violencia intrafamiliar.
La gran problemática de
este delito es que no se denuncia, ya sea por vergüenza de que la familia, o
los amigos sepan los problemas que existen en el hogar; o muchas veces por el
miedo y la intimidación que realiza el propio abusador en estos casos.
En los casos de violencia
intrafamiliar, las personas con un claro perfil agresivo, que su forma de
relacionarse con los demás es a través del sometimiento, utilizan no solo su
fuerza física para obtener sus resultados. En muchas ocasiones el agresor, solo
requiere humillar e insultar a la víctima para obtenerlo, y es aquí donde se
desata otra violencia, que es la violencia tolerada, porque no se traduce en
violencia física. La agresividad se manifiesta de muchas maneras, y una de
ellas, es la violencia psíquica, que lleva consigo la manipulación, la
humillación y el insulto: “estás muy fea”; “a ti nadie te presta atención”;
“eres muy bruta”; “no te sabes vestir”; “para qué vas a trabajar”; “tú no
necesitas estudiar”, “las mujeres no hacen eso” (Agustina, 2010.p 88).
La regla general es que la
violencia la ejerce el hombre hacia la mujer (Agustina, 2010, p.87), regla que
no excluye ni desconoce que sobre los hombres se ejerza violencia, en todas sus
formas, expresiones en casos de violencia psíquica de las mujeres a los
hombres, podrían ser: “estamos así de pobres por tu culpa”; “el marido de la
vecina la tiene como una reina”; “tú no tienes ni donde caerte muerto”; “eres
un inútil”.
Las palabras hirientes y
las ofensas verbales, representan en muchos casos el preludio de la agresión
física. Bien lo decía Fernando Savater en una conferencia: “¿Cómo es que dicen
que las palabras no matan? Piensen en estas que voy a decir: “preparen,
apunten, fuego”.
En esta época precisamente
las parejas infieles son un detonante de las agresiones mutuas, la traición y
la pasión, son una combinación muy poderosa (Echeburúa; Del Corral, 2010). El
descubrimiento de una infidelidad genera automáticamente una reacción violenta,
del traicionado, a su vez, una reacción defensiva del traidor (Agustina, 2010.
p. 84). El conflicto termina con un perdón, o con la ruptura de la relación
normalmente, pero en los casos donde no existe una relación sino una posesión,
y el poseedor, que en su consciencia no concibe a su pareja como una persona,
sino como una cosa, termina con la lógica de que “si no eres para mí, no eres
para más nadie”; o “todo lo que he hecho por ti, y así me pagas”, claro está,
que esta última, es más de quién se siente mal retribuido, o del que siente que
su sacrificio no tuvo ningún valor, y en esa lógica, la respuesta es: nadie te
ha pedido que te sacrifiques, o si sientes que tu trabajo es mal remunerado,
pues búscate otro, pero las personas no aceptan tan fácil estos cambios y se
aferran a una relación, en la que sienten que ellos lo dan todo, y la otra
persona no, sintiéndose los primeros insatisfechos y los segundos culpables.
Por otro lado, la violencia
siempre presente entre padres e hijos, es una tensión bien complicada
(Arruabarrena; De Paúl, 2010). Los modelos de rechazo de hijos y padres, es uno
de los temas más complicados, por ejemplo. La regla general es que los hijos
aprendan de sus padres y los imiten, en su actuar, en su pensar, en su carácter
y hasta en el trabajo. Cuando ello no ocurre, sino que existe un rechazo total,
donde los hijos no quieren parecerse en nada a sus padres, y afirman, “yo no
quiero ser como mi papá o como mi mamá”, con ello, el conflicto aparece y con
su progresivo desarrollo tiende a empeorar. El rechazo mutuo entre padre e
hijo, o entre la madre y la hija, genera tensiones en la familia muy grandes
que desencadenan en violencia intrafamiliar, que terminan en situaciones de
abandono. Por otra parte, los modelos de alienación o imitación absoluta,
también generan problemas, pues el padre o la madre anulan la personalidad del
hijo, y destruyen su independencia sentimental y cognitiva, estos hijos son
incapaces de decidir por sí mismos, sin preguntarle a su padre o madre qué
hacer, y ello es precisamente el producto de una violencia intrafamiliar
ejercida a través de la dominación y humillación constante tendiente a anular
el carácter propio del hijo y a alienarlo a la voluntad del padre o de la
madre. La guerra de la independencia en los hogares entre hijos y padres, suele
comenzar en la pubertad, algunos la ganan y otros la pierden, sin embargo, lo
ideal después de una guerra, es que luego llegue el perdón y la diplomacia,
pero eso no siempre ocurre. Se plantea incluso, que en la violencia
intrafamiliar se generan tres fases, la primera que implica, la tensión entre
las personas, la segunda es la agresión física, y la tercera es el
arrepentimiento (Agustina, 2010 p. 82-83) (Del Castillo, 2002 p.34-35). La
alternancia de estás fases de violencia, generan una especie de confusión en la
víctima, que termina por pensar, que las cosas pueden cambiar, y de que el
agresor, no siempre es así, por lo que hace que el ciclo de violencia se
repita, en esa alternancia de periodos de profunda hostilidad y felicidad
momentánea.
Otro de los conflictos que
se presentan, es entre hermanos. La rencilla entre hermanos por regla general
tiene una base en la hipotética igualdad que tienen todos los hijos frente a
sus padres (Agustina, 2010 p.84). En ese sentido, en el momento en que se
presenta un trato desigual, dándole mejores cosas a uno frente al otro, se
genera el conflicto. Los padres tratan de comprarle lo mismo a todos sus hijos,
darles la misma alimentación a todos ellos y garantizar la igualdad de
oportunidades, pero no siempre es así, hay padres que propician relaciones de
desigualdad, siendo muy común por razones de sexo. Frases como a “ella si le
aceptas esas cosas y a mí no”, “a él sí lo dejas y a mí no”, “conmigo no
hablas, y con él sí” y la más elemental “él es tu favorito”. Todas esas injusticias
de trato, generan riñas entre hermanos y de ahí episodios y dinámicas violentas
en el núcleo familiar.
Precisamente en la
criminología uno de los delitos que no se pueden prevenir son los delitos
pasionales, y la violencia intrafamiliar es uno de esos delitos. La carga
sentimental de los delitos pasionales hace que el delincuente no mida sus
consecuencias, y no haga un balance de costos y beneficios frente a lo que va a
perder y lo que va a ganar realizando un delito. Un delincuente pasional solo
analiza el nivel de satisfacción que le genera la realización del acto (Roemer,
2001).
Por otro lado, un factor
muy relevante es la violencia de género, pues se trata de una manifestación de
una cultura patriarcal, en la que los hombres, dominan, deciden y someten a las
mujeres. Y cuando este poder se encuentra en riesgo, se desata la agresión, en
contra de la mujer cuyo estereotipo implica, su carácter sumiso, obediente y
maternal. Patrón que se aprende, se trasmite a los hijos como una doctrina, y
ellos la replican a las futuras generaciones. De esta forma, la cultura
patriarcal normaliza ciertas formas de agresión, que se perpetúan como algo
normal dentro de la familia. La cultura patriarcal puede generar tratos
preferentes a las mujeres, o también conocidos como discriminación positiva,
aquellas como: las mujeres primero, cédale el puesto a la mujer, el hombre paga
la cuenta, a la mujer no se le toca ni con un pétalo de una rosa. Pero al mismo
tiempo promueven otro tipo de limitaciones para la mujer, como, por ejemplo, la
mujer no debe trabajar, esas cosas no las hacen las mujeres, esas son cosas de
hombres. Cuando estos parámetros se vulneran, se alteran o retan por parte de
una mujer, viene la violencia, y muchas veces no física, pero sí psicológica
con la manipulación, el rechazo y la humillación.
La violencia hacia las
mujeres tiene como finalidad, devolverlas al estado de sumisión que de ellas se
espera, limitando la autonomía de sus decisiones, controlando sus cuerpos, sus
mentes, sus aspiraciones.
De las mujeres se espera
una mayor dedicación a las labores de cuidado de todos los miembros, se asume
erróneamente que la mujer tiene una obligación natural de cuidar a los todos
los miembros de la familia y que es algo innato, situaciones que se traducen en
más horas dedicadas a estas tareas, estas situaciones se alimentan de la culpa
con la que históricamente se ha condicionado a la mujer, haciendo que se doble
en esfuerzos de tiempo y energía para suplir las necesidades de los demás y
anteponerlas a las propias.
Igualmente hay que decir,
que muchas formas de violencia intrafamiliar se encuentran normalizadas,
aceptadas y toleradas, por encontrase repetidas en estereotipos culturales que pasan
de generación en generación, creando una falsa consciencia de aceptar formas de
violencia intrafamiliar como situaciones normales o necesarias. Esto en
definitiva requiere de un estudio más profundo y sobre todo interdisciplinario,
que no es posible abordar en este trabajo.
En todo caso, hay que ser
enfáticos en que la violencia intrafamiliar durante el confinamiento ha
aumentado, con relación a periodos de años anteriores, sin desconocer que es
una constante en muchos hogares. Es decir, no se desconoce que las dinámicas
violentas al interior de las familias vienen dándose desde siempre, pero el
hecho de tener que pasar más tiempo en el mismo espacio y con las
complicaciones emocionales, laborales y económicas, hacen que la vulnerabilidad
de las victimas aumente, frente a las reacciones de quien ejerce la violencia.
El recrudecimiento de este
fenómeno se puede atribuir a la mayor cantidad de tiempo que el agresor está en
contacto con la víctima, haciendo que cualquier circunstancia sea un detonante,
si a esto le sumamos el deterioro de la economía, el desempleo, la
incertidumbre, tenemos el perfecto caldo de cultivo para la comisión de delitos
que van desde lesiones personales, maltrato psicológico llegando a violaciones,
homicidios y feminicidios.
La violencia intrafamiliar,
se naturaliza hasta el punto, que las agresiones se vuelven costumbre y los
implicados no conocen otra manera de relacionarse que no sea a través de la
violencia.
Padres perdiendo la
paciencia con los hijos y utilizando el castigo físico como método de
enseñanza, escudados en la premisa de que “letra con sangre entra”. Hijos que
agreden a sus padres, por ser mayores y representar una carga para ellos. Relaciones
desiguales entre los miembros de la familia, que se agudizan con el tenso
momento que se está viviendo.
No se pretende justificar
los actos violentos, la intención es hacer una radiografía social, de una
realidad que hemos aprendido a tapar con la alfombra. Solo basta entrar a una
clase virtual de niños de colegio y escuchar los gritos e insultos de parte de
sus padres o personas mayores que están a su cuidado y es suficiente para saber
que las dinámicas familiares en Colombia están cargadas de violencia.
Desde el comienzo de la
pandemia, empezaron a circular por redes sociales los chistes flojos acerca de
la cantidad de embarazos no deseados que van a darse como resultado. El humor
es el reflejo de la sociedad y describe mucho acerca del pensamiento de quien
lo hace y de quien se ríe, por eso esta clase de “chistes” pone a más de uno en
evidencia.
Esta situación ha
dificultado el acceso a métodos anticonceptivos y ha puesto en serias
dificultades a las mujeres que están evitando quedar embarazadas, reírse de
condenar a una mujer a tener un embarazo no deseado, es una violación de sus
derechos, pero como casi toda la violencia estructural, está normalizada.
Los delitos de mujeres
violentadas sexualmente por parte de sus esposos o compañeros permanentes,
también ha aumentado con ocasión del confinamiento. Las violaciones conyugales
son un delito que suele no ser reconocido y está tan naturalizado, que rara vez
se identifican a sí mismos como perpetradores los esposos o compañeros
permanentes, mucho menos las mujeres que siendo las víctimas, suelen
reconocerse como tal, pues la sacralidad con la que están revestidas las
uniones o la aceptación social de ellas, hace que se genere un imaginario de
que el sexo es una obligación dentro de las relaciones conyugales, sin distingo
de las maneras en las que se obtenga. El miedo, la intimidación o la supuesta
obligación no pueden ser condiciones para mantener relaciones sexuales dentro
de la pareja. La libertad sexual (Benavides, 2011) que es el derecho a elegir,
cómo, dónde, cuándo y con quién tener una relación sexual, es un derecho humano
que sin duda puede ser transgredido por los mismos cónyuges o los compañeros
permanentes. Desde la legislación civil se ha reforzado la idea de que el
débito conyugal es un deber legal, pero nadie debería obligar a otra persona a
tener relaciones sexuales o a realizar prácticas no deseadas valiéndose de que
este se describe como un deber legal, pues a pesar de su existencia, carece de
los atributos de un deber o de una obligación, pues se trata del ejercicio de
un derecho libre, consciente y voluntario que tiene toda persona y que debe ser
re evaluado en aras del respeto a la dignidad y libertad de todos los
seres humanos.
Las desigualdades
estructurales dentro de los núcleos familiares, no son dinámicas sanas dentro
de las familias. Hay personas que no están capacitadas para formar familia,
pues no aprendieron a relacionarse de manera sana, desde el respeto por las
diferencias y la aceptación del otro como un individuo distinto y libre.
Miles de parejas que se
mantienen en relaciones abusivas y toxicas, que no son lo mismo, pero que
tienen consecuencias devastadoras (Bula, 2020, B) por la vergüenza social y
personal que les impide buscar ayuda de expertos en psicología o psiquiatría,
por el estigma social que este conlleva, pero que, en muchas ocasiones, podría
terminar con la violencia que no ha escalado a situaciones de gravedad
irrecuperables.
Personas que tienen hijos,
por la presión social, del deber ser, que realmente no desean educar y criar a
otro ser de una manera sana, con el respeto a los derechos que como ser humano
tiene, si no que educan desde la violencia y el maltrato, generando hijos e
hijas de familias rotas, seres con baja autoestima y dificultades para
relacionarse (Agustina et al., 2010), que reproducirán estereotipos de persona
víctima o persona maltratadora según sea el caso.
Las pocas herramientas
emocionales, que se desarrollan en las distintas etapas de la vida, como el
manejo a la frustración, de la ira (Del Castillo, 2002), de los problemas, de
la vida familiar y en general de las relaciones interpersonales, que se
traducen en dinámicas violentas, no pueden seguir siendo la norma, ni deberían
ser modelo de familia.
Que, en más de una ocasión,
la distancia y los sanos limites entres los miembros es la mejor forma de no
darle continuidad a estas dinámicas violencias y que la familia no es un núcleo
indivisible por sí mismo, debería reforzarse la idea de que, si no somos
respetados o no podemos respetar, tomar distancia. A veces, la mejor forma de
estar bien, es estar lejos de la familia.
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